Gabrielle Watkins

Profesión: Diseñadora (Ex-escort).
Localización: Londres.
Edad: 30 años.
Fecha de nacimiento: 23 de octubre de 1992.
Apodos: Elle. Antiguamente Cherry, Cherry Wine.
Familia: | Madre: Mary Watkins | Padre: Desconocido.
FC: Sarah Stephens.

Biografía

¿Qué sucede cuando naces en el barrio más bajo de Nueva York? Está claro que nada bueno.
Gabrielle Watkins nació en Brownsville, Brooklyn, Nueva York el 23 de octubre de 1992. El barrio no era conocido por sus grandes servicios sociales por lo que su madre, Mary, tuvo su parto en una ajada piscina hinchable que había comprado a duras penas para la ocasión. Gabrielle era fruto de un idilio de Mary Watkins y un hombre al cual ella no conocería. Solo sabría de él que vivía en Manhattan y que ya tenía una esposa.
Mary no había abortado porque se había educado en la fe cristiana, pero la odiaba. Odiaba a esa mocosa con toda su oscura alma porque solo era el recuerdo de las mentiras de aquel señor. Le había jurado y perjurado que dejaría a su mujer por ella… En cuanto el embarazo se le notó a Mary, la dejó. Le advirtió que no le buscara o haría que la mataran ya que en ese barrio no era tan difícil matar a una mujer que se dedicaba a hacer striptease en antros de mala muerte.
Por eso, los primeros años de Gabrielle fueron cuanto menos extraños. Mientras era un bebé, Mary cuidó como supo de ella. Pero el día de su quinto cumpleaños, Gabrielle sufrió la primera paliza por romper un vaso. La niña fue creciendo entre golpes, golpes que a fin de cuentas la ayudaron a aprender por las malas a cocinar, a limpiar, a callarse cuando debía y cuando no también. Mary había optado por escolarizarla en casa, si a eso se le podía llamar educación. Así que los únicos amigos de Gabrielle eran del barrio.
Gabrielle tenía sueños a pesar de ser tan pequeña. Sabía leer, escribir y algo de matemáticas gracias a un vecino anciano. Quería llegar algún día a irse de allí, dejar de tener miedo de cada persona que la mirase por la calle. Pero a sus catorce años de nuevo su vida volvería a cambiar.
Cuando llegó a su destartalada casa Mary estaba fumando. La mujer ahora que ya su cuerpo se había ajado por el abuso de alcohol y drogas, la miró y sonrió. La estaba esperando. Gabrielle, sabiendo que cuando su madre era amable, siempre pasaban cosas malas supo que algo se avecinaba. La mujer le dijo que tenía que salvarlas a las dos y que era importante que disfrutara de lo que iba a suceder. La chica no entendió nada hasta que al llegar a su habitación se encontró a un hombre sentado en su cama, con una de sus braguitas usadas en la mano. Aquella noche comenzó la andanza de Gabrielle en la prostitución por apenas veinte dólares que su madre se pulió en una botella de ginebra y el resto en un pequeño surtido de pastillas.
Todos los días aparecían dos o tres hombres por su casa a buscar sus favores a pesar de ser menor de edad. Con el tiempo se habituó incluso si tenía miedo de la gente que manejaba la prostitución en la zona por quitarles algo de clientela.
Sin embargo, Gabrielle no abandonaba su sueño de marcharse. Con esa idea en mente empezó a cobrar diez dólares más que escondía. Pronto ahorró suficiente como para poder irse de su casa sin haber cumplido la mayoría de edad. Logró hacerse con dinero suficiente para alquilar un lugar pequeño.
Estuvo un tiempo allí. Miraba a los hombres, esperando que alguno tuviera sus ojos ya que su madre había dicho que estos eran herencia paterna. Pero jamás ninguno de sus clientes los tuvo. Quizá el hombre al fin se habría asentado con su esposa.
Tenía una vida tranquila. Aunque sin unos estudios no la cogían ni de camarera, así que tuvo que continuar con la prostitución. Ya lo asumía como una parte de ella.
Cuando cumplió 22 años, apareció una oportunidad. Un magnate precisamente de Manhattan pasó por la calle y la vio contando el dinero cuando un cliente se iba de su casa y ella estaba en bata. Era evidente cómo había obtenido esos doscientos dólares. El hombre se obsesionó con ella al instante, bajándose del coche y diciéndole que le daría lo que quisiera a cambio de su compañía. Y verdaderamente, Mark, de 42 años, solo quería hablar con ella. Gracias a él, empezó a hacer nuevos contactos. Aunque el hombre no lo aprobaba, entendía que ella no quería ser su mantenida y quería hacerse su propio camino.
Aprendió modales, aprendió de moda, aprendió nuevas técnicas con las que satisfacer a sus nuevos clientes y pronto pudo ser selectiva y trasladarse a Harlem. Allí se decidió por vivir en el lujo que jamás había tenido en su infancia alquilándose para sí misma una pequeña "lata de sardinas", como ella la denominaba.
Para Gabrielle ella tenía todo lo que deseaba. Un hogar confortable, lujos, comida y una vida tranquila. A veces incluso hacía más dinero si espiaba algún teléfono de sus clientes o les sacaba algo de información con la que ella luego comerciaba… ¿Le depararía la vida algo más?
Definitivamente sí. Pronto llegó el amor a su vida, más bien el desamor que le dejó un regusto muy amargo en la boca. Perdió la confianza en encontrar el amor, ese que la llevaría a su sueño de tener una familia, y una vez hubo terminado sus estudios de moda, los cuales le habían costado sangre, sudor y gemidos, se mudó sin mirar atrás a la bulliciosa Londres con una oferta de diseñadora gracias a una recomendación de una profesora. Desde entonces, vive en la ciudad con su perrita, Zala.

Miscelánea

Gabrielle es una mujer hecha a sí misma. No es demasiado cariñosa porque no entiende muy bien cómo serlo sin parecer rara a sus ojos después de todo por lo que ha pasado. Sabe perfectamente de dónde viene y eso la hace tener los pies en la tierra a pesar de las cantidades desorbitadas que pagaban por una noche de su compañía o, ahora, por uno de sus diseños.
Le gusta mucho leer, No siente odio hacia su madre, pero sí un profundo desprecio y no ha vuelto a verla desde que se fuera de casa sin mirar atrás.
Durante un breve tiempo trabajó en una tienda de firma de lujo, pero no fue un trabajo en el que pudiera mantenerse debido a que entró por conexiones.
En un momento creyó estar enamorada de Mark, pero comprendió que solo era admiración por todo lo que había aprendido junto a él y la vida que el mayor le había regalado cuando ella tenía apenas 22 años.
Desde su juventud ha visto cosas que los demás no logran ver y siempre ha tratado de ocultar que puede sentir esas presencias. Prefiere intentar ser normal, aunque diste mucho de serlo.
La única persona de la que estuvo completamente enamorada, jamás llegó a verla con esos ojos. Nunca ha podido llegar a olvidarse de él del todo, pero vive día a día con ello, tratando de ser feliz con todo lo demás que sí que tiene.
Su perrita, Zala, fue rescatada en un viaje a Amalfi con un buen amigo. Desde entonces, son inseparables.